CONVERSIÓN DE ALFONSO RATISBONA
Un joven banquero, Alfonso Ratisbona (Marie-Alphonse Ratisbonne. 1 de mayo de 1814, Estrasburgo, Alsacia, Francia - 6 de mayo de 1884, Ein Karem, Mutasarrifato de Jerusalén, Imperio otomano), judío de religión, tenía 28 años cuando la Santísima Virgen se le apareció un 20 de enero de 1842. Después de este acontecimiento, Ratisbona aceptó rezar al menos una vez al día la oración “Acordaos, piadosísima Virgen María”, compuesta por San Bernardo, aunque, al principio la propuesta fue aceptada, solo para librarse de la “importuna insistencia” de quien se lo propuso días antes. Los hechos descritos anteriormente, son el resultado de una historia que inicia con la expedición de Ratisbona hacia Roma como turista, viendo las ruinas históricas y algunos monumentos e iglesias. Antes de su partida tenía que hacer una visita al Barón Teodoro de Bussierés, el cual no quiso dejar escapar la oportunidad de convertir esa alma para Dios y le propuso llevar consigo la Medalla Milagrosa; propuesta que inicialmente no fue aceptada por Ratisbona, pero a tanta insistencia, finalmente acepto. Unos pocos días después, Bussiéres marcó un encuentro con Ratisbona frente a la iglesia de Sant'Andrea delle Fratte. Cuando llegó, le comunicó el deceso del Conde y le pidió que aguardara unos minutos dentro de la iglesia, mientras él iba a la sacristía para ocuparse de los detalles relacionados con las exequias. El joven hebreo permaneció de pie en el templo, mirando impávido en torno a sí, sin prestar atención.
Algunos instantes después, Bussières regresó y descubrió a su amigo arrodillado frente al altar de San Miguel, bastante lejano al sitio donde lo había dejado. Se acercó y lo tocó varias veces, sin lograr que reaccionara. Finalmente y con una mirada radiante de felicidad, abrazó a su amigo y le pidió que trajera cuanto antes un confesor. Bussières lo condujo donde el Padre Villefort para que le contara lo que había sucedido. Alfonso se quitó la Medalla Milagrosa, la besó y se la mostró, diciendo emocionado: “¡Yo la vi! ¡La vi!”. En seguida y más tranquilo, relató: “Llevaba poco tiempo en la iglesia cuando, de repente, me sentí dominado por una emoción inexplicable. Levanté los ojos. Todo el edificio había desaparecido de mi vista. Solamente una capilla lateral había, por decirlo así, concentrando la luz. Y en medio de ese esplendor apareció de pie sobre el altar, grandiosa, brillante, llena de majestad y dulzura, la Virgen María tal como está en esta medalla. Una fuerza irresistible me empujó hacia Ella. La Virgen me hizo una señal con la mano para que me arrodillara, y pareció decirme: ‘¡Está bien!' No me habló, pero lo comprendí todo”. El sacerdote pidió más detalles al feliz convertido, que agregó haber visto a la Reina de los Cielos en todo el esplendor de su belleza inmaculada, pero sin poder contemplar directamente su rostro. Tres veces intentó levantar la vista, pero sus ojos solo llegaron a posarse en sus manos virginales, de las que brotaban rayos luminosos en su dirección. Era el 20 de enero de 1842. Bautizado con el nombre de Alfonso María, el joven Ratisbona renunció a la familia, a la fortuna, a la brillante posición social, y se ordenó sacerdote. Falleció en olor de santidad, tras una vida de intenso apostolado en Jerusalén. El que visita la iglesia de Sant'Andrea delle Fratte puede observar un cuadro grande y hermoso de la Virgen en el lugar exacto donde se apareció y produjo tan estupenda conversión. Los italianos la llaman Madonna del Miracolo.